Sabías que nuestro cuerpo como el de cualquier ser vivo se autorregula de manera natural. Gay Gaer Luce galardonada con el premio American Psychological Association decía, “No saber que tenemos una estructura temporal es como no saber que tenemos corazón o pulmones. en cualquier aspecto de nuestra fisiología y de nuestra vida, resulta evidente que estamos hechos del orden al que denominamos tiempo”
Cada día a la misma hora las abejas de un jardín recolectan su néctar siguiendo ritmos prescritos en sus genes. El oso que hiberna, la ballena migratoria y el pez que desova, observan todos ellos ritmos diarios, mensuales y estacionales de actividad y descanso.
De la misma manera el ser humano también se autorregula por diferentes ritmos biológicos. Según los científicos están los ritmos circadianos (aproximadamente un día), los infradianos (más largos que un día) y los ultradianos (muchas veces a lo largo del día). Estos ritmos influyen en el rendimiento, en el estrés, en el sistema autoinmune, en el sistema endocrino, insomnio, en el deporte, etc. Por tanto es importante conocerlos y tomarlos en serio para encontrar ese equilibrio tanto físico como mental.
En los 20 minutos de pausa no es necesario que te eches a dormir, pero sí puedes tomarte un descanso, ir al baño, hacer una llamada, ver tu móvil, etc.
Es importante aprender a detectar estos ciclos para protegerte frente al estrés. Es importante que prestes atención a cómo te sientes, a tu cuerpo y a tus niveles de energía a lo largo del día.
Cada 90 a 120 minutos la naturaleza nos da una ventana de 20 minutos para permitir a nuestra mente nuestro cuerpo y nuestra así que recuperen el equilibrio y la salud.
Cuando alguien viene a mi consulta sabe que esto se lo explico siempre en las consultas iniciales. Es básico que seamos conscientes de nuestros ritmos de autorregulación y en la medida de lo posible los sigamos para conseguir el máximo rendimiento de manera óptima y equilibrada.
Para terminar, os quiero contar la historia del Leñador y el hacha:
Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo, mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque. El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles.
–Te felicito, sigue así –dijo el capataz.
Animado por estas palabras, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó temprano.
A la mañana siguiente se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
–Debo de estar cansado –pensó. Y decidió acostarse con la puesta del sol.
Al amanecer se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando, a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.
El capataz le preguntó: –¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?
–¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles
A veces una sola pregunta nos hace reflexionar sobre lo que estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo.
Es habitual en las empresas escuchar al personal quejarse de estrés, de no tener tiempo, de tener demasiado trabajo, sin embargo, pararse a pensar que hacha es la que tienen que afilar les llevaría unos minutos que les haría ganar muchas horas.
Se trata del efecto palanca, con el mínimo esfuerzo alcanzamos el máximo resultado.
Caer en la trampa de talar sin descanso solo nos llevará a nuestro máximo nivel de incompetencia.
Aprende a escuchar y ser fiel a tus ritmos de autorregulación.
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