¿Te sientes sin fuerza, cómo desconectado de la vida, cómo si estuvieras viviendo una historia que no es tuya, dónde tu cuerpo está bajo de energía con ciertos síntomas físicos, sobre todo a nivel estomacal? O bien, ¿tienes una gran tensión en las mandíbulas, en la espalda, estás al acecho cómo si estuvieras en la primera línea de la guerra?
El cuerpo es el primero que reacciona ante una situación que percibe como traumática. El trauma no sólo se da tras ir a una guerra, haber sobrevivido a un sunami o a un ataque terrorista. Existen diferentes escenarios de trauma, por ejemplo se da el trauma de desarrollo cuando a un niño se le ha negado un apego seguro. El también llamado síndrome de estrés postraumático puede aparecer ante diferentes situaciones como una agresión física, verbal o emocional, al sufrir algún accidente, ante tratamientos invasivos o dolencias prolongadas o graves, ante vivencias emocionalmente impactantes, etc. El trauma es algo bastante negado por nuestra sociedad, pero está ahí y se da en múltiples situaciones.
El trauma según Peter Levine (Psicólogo y biofísico médico americano, autor especializado en el tratamiento del estrés postraumático quien desarrolló Somatic Experiencing), son los efectos debilitantes que las personas sufren después de vivir experiencias que han percibido como abrumadoras o cómo una amenaza para su vida.
Según Stephen Porges (neurocientífico americano quien desarrolló la Teoría Polivagal) el trauma es la interrupción crónica de la conexión humana.
Por último, me gustaría citar a Bessel van der Kolk (fundador del Trauma Center de Brookline y autor del maravillo libro El cuerpo lleva la cuenta) quien dice que el trauma es una experiencia que sobrepasa los mecanismos de supervivencia de la persona, así como sus facultades para reaccionar ante lo que le sucede. Para esa persona la vida nunca será la misma después de esa experiencia. Y ante el trauma el cerebro cambia a distintos niveles para reajustarse de manera que el sistema nervioso se pone en estado de alerta para hacer frente al peligro y adaptarse a lidiar con la impredictibilidad de una parte de la vida. Es un proceso complejo en el cual el cerebro se da cuenta de que el mundo que conocía ha cambiado.
Te lo voy a contar como si estuvieras viendo un documental de National Geographic. Me gustaría ahora que hicieras un viaje a la Sabana. Imagina que estás en un safari observando los animales y ves como el león va a cazar a una cebra. El león va muy despacio y sigiloso para no ser visto. La manada de cebras está en alerta de manera continua porque saben que en algún momento pueden ser atacadas. Pero algo pasa que de repente empieza una estampida y entran en estado de alarma. Todas las cebras comienzan a correr para no ser atrapadas por el león, huyen, entran en pánico, pueden llegar a vomitar para que su estómago quede libre y puedan correr con mayor agilidad. Una vez que la cebra se ve acorralada, puede llegar a plantar cara al león, entrando en estado de lucha para defenderse. Pero si finalmente el león la atrapa con el primer mordisco la cebra pierde el conocimiento como si estuviera muerta. Lo que ha hecho es entrar en un estado de colapso para dejar de sufrir. Es como que se ha congelado, liberando una serie de hormonas endógenas que producen una anestesia para no sentir y por tanto no sufrir.
Pues de la misma manera cuando estamos los humanos ante un evento traumático lo primero que haremos es reaccionar a nivel corporal para después contarnos la historia sobre lo sucedido. El miedo o el trauma no está en el cerebro, sino en el cuerpo. Es importante que entiendas esto, primero va el cuerpo y luego ya viene la narrativa de tu cerebro. Por eso te puedes quedar bloqueado.
Podríamos decir que estamos en estado de alarma cuando dejamos de sentirnos seguros y a partir de ahí, perdemos la conexión con el aquí y ahora. En ese momento empiezan a aparecer diferentes síntomas, tras la experiencia que se ha vivido de manera traumática y no ha sido apropiadamente liberada.
Los síntomas traumáticos no son provocados por el hecho en sí mismo. Surgen cuando la energía residual de la experiencia no es descargada del cuerpo. Esta energía permanece atrapada en el sistema nervioso, donde puede causar estragos en nuestros cuerpos y mentes.
Ante una situación traumática se están produciendo en tu cuerpo una serie de reacciones corporales ante el desafío que supone que abruma la capacidad de integración del sistema nervioso autónomo.
El estrés aparece cuando la presión del exterior que percibes es mayor que los recursos disponibles para hacer frente a esa amenaza.
Es importante entender que todos los sucesos traumáticos producen estrés, pero no todos los sucesos estresantes resultan traumáticos.
Detectar el estrés, miedo o trauma en sus primeras fases ayudará tu sistema nervioso a que vuelva a una nueva normalidad y a evitar consecuencias en tu organismo. Es importante tener un sistema nervioso resiliente, para que ante un suceso estresante, reacciones rápidamente. La resiliencia es la capacidad de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. No significa que no sufras, es más bien cómo nos adaptamos a este evento inevitable desde el equilibrio y la serenidad. Te puedo asegurar que con una gran resiliencia eres capaz de afrontar situaciones muy adversas y además salir fortalecida de ellas.
Pero no todas las personas viven el mismo evento de la misma manera, para una puede tener unos efectos más que dañinos a largo o corto plazo mientras que para otra puede ser hasta emocionante, esto va a depender de lo que le haya tocado vivir a lo largo de su vida, de los posibles traumas que haya vivido ya, e incluso de su constitución genética.
Yo tengo tres perros, una de ellas, India la Beagle cada vez que escucha un petardo sufre un ataque de ansiedad, los otros dos se quedan tan panchos. Hay muchos perros como India que en Navidad lo pasan francamente mal. Al igual que nos podemos encontrar con muchos humanos que no saben muy bien por qué, pero tienen miedo a los perros. Cuando sucede esto y no se le encuentra una explicación, esto no es debido a haber vivido una experiencia anterior traumática, nos hemos de ir a lo transgeneracional. Se han hecho varios estudios de dar descargas a ratones y estas descargas siguen siendo recordadas en la memoria de los ratones engendrados cinco generaciones posteriores. Esto es, no es necesario que India haya sufrido con el sonido de un petardo, sino que alguien de su clan anterior ha podido sufrir un disparo y eso que ha quedado registrado en su cuerpo por lo que le da pánico y responde con un ataque de ansiedad.
Otro de mis perros Balú, el más complicado de todos, es un teckel. Cuando quiere pasar del jardín a la casa da con la pata en la puerta y la araña. Al principio para que no lo hiciera le regañábamos. Ahora cuando le abrimos la puerta no sabe si pasar o no, porque cree que va a ser regañado. Así que para que coja confianza he de mostrarme muy cariñosa con él para que supere la barrera del miedo. En este caso, tras haber vivido una experiencia traumática su cuerpo la tiene grabada y no sabe cómo actuar, se queda paralizado.
Nuestra ventana de tolerancia de la resiliencia es como un río y su caudal, si los límites son estrechos no soportamos nada, en seguida nos desbordamos, pero si tenemos un caudal ancho, esto es una gran resiliencia, todo nos será más sencillo.
Pero lo importante es desarrollar un buen canal de resiliencia. Con resiliencia llevamos a cabo un proceso complejo para encontrar los recursos necesarios y así poder afrontar lo que nos está ocurriendo de la mejor forma posible.
Las personas resilientes son capaces de responder rápidamente ante los contratiempos de la vida. Suelen ser personas con gran equilibrio emocional, que ante situaciones complejas afrontan los problemas de manera práctica, creativa y con seguridad. Normalmente de cada crisis ven una oportunidad y aprenden de cada reto.
Víctor Hugo escribió “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”.
Y tú ¿qué nombre le das a tu futuro?
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