Muchas madres se consideran malas madres, luchan por ser la mejor madre y lógicamente eso es imposible de conseguir. Con ser una madre responsable, dándole normalidad a la maternidad, siendo tu prioridad tu felicidad, conseguirás dar a tu hijo el espacio para dejarle SER en su crecimiento y expansión, sabiendo que sufrirán, porque no existe la posibilidad de dar independencia a nuestros hijos sin riesgo.
Hoy en día nos encontramos mucha más información de cara a criar a nuestros hijos desde un lugar más saludable: la alimentación, salud, apego, emociones… Todo ello es muy importante y valioso, pero sin que se convierta en una lucha constante. Si dejas de pelear por ser la mejor madre, tu hijo podrá relajarse y avanzar de una manera adecuada.
Y tú ¿Te consideras mala madre? No hay un modelo único de madre, la maternidad puede ser un viaje de autodescubrimiento y relaciones sanas con tus hijos.
En mis talleres sobre maternidad y paternidad hago esta pregunta:
La madre es la fuente de la vida. Si niegas a tu madre, si sigues enfadado con ella, no puedes tomar la vida. Y si no puedes tomar de ella que es lo primario, irás muy justo a la hora de relacionarte con los demás. Te costará recibir y por supuesto dar amor, ya que no tienes mucho que dar. Por tanto, el vínculo relacional que tengas con tu madre te marcará en cómo te mueves en la vida, será la danza de tu vida. Nuestra danza más profunda siempre tiene que ver con nuestra madre. De la manera que amamos a mamá, amamos a nuestra pareja y a nuestros hijos.
El periodo perinatal desde 9 meses antes de ser concebidos hasta más o menos los tres primeros años de vida son cruciales y determinantes en tu vida. La fusión que has tenido con tu madre en estos momentos quedará a nivel inconsciente, por eso es importante conocer cómo naciste y cómo se encontraba ella en aquel momento.
El doctor Bruce Lipton investigador de la Universidad de Stanford demostró cómo las emociones de la madre en el momento de la concepción, como el miedo, la ira, el amor o la esperanza, entre otras, pueden alterar bioquímicamente la expresión genética de sus hijos.
Así mismo ya hay muchas publicaciones de cómo pueden influir las experiencias traumáticas de los padres en los hijos. El doctor Eric Nestler en su artículo “Mecanismos genéticos de la depresión”, publicado en la revista JAMA Psychiatry ha demostrado cómo acontecimientos vitales estresantes ocurridos con anterioridad en los padres, modifican la susceptibilidad al estrés en generaciones posteriores.
El primer vínculo que desarrollamos con nuestra madre es a través de las neuronas espejo. Por tanto, sabiendo cómo estaba mamá emocionalmente en tus primeros meses y años de vida, es la manera en que tu cerebro comienza a entender la vida. Por ejemplo si sonríe, si está triste, si está sin energía, enferma, etc. todo ello lo va a entender tu cerebro como el modo en que hay que vivir.
En los últimos años se habla mucho del tipo de apego porque cada vez existen más estudios sobre ello y es importante tenerlo en cuenta. A un niño al que le separan de su madre en los primeros meses de vida por cualquier circunstancia (una enfermedad, un viaje, etc.) se le está dando un amor interrumpido, lo que puede desembocar en un apego ansioso. O un niño que no es atendido en lo más básico cuando llora, aprende a no quejarse porque nunca le hacen caso y esto puede desembocar en un apego evitativo. Con la danza del consuelo se establece el apego.
Aquí pongo algunos de los tipos de malas madres más comunes, pero hay una madre para cada hijo, por tanto hay múltiples personalidades y perfiles que van a influir de alguna manera en cada hijo.
La manera en la que nos ha criado y nos hemos relacionado con nuestras madres es el gran mandato familiar que va a influir en nuestra vida. Con ese mandato podemos hacer dos cosas: o bien somos leales a él y lo seguimos a pies juntillas o bien lo transgredimos y lo hacemos de otra manera.
Cuando seguimos a pies juntillas a nuestros padres es lo que se denomina amor ciego, siendo leales a nuestro sistema familiar sin plantearnos otra cosa, aquí seguimos permutando las neurosis y las conductas que hacen daño al sistema familiar, sosteniendo la culpa insana: por amor y lealtad me sacrifico.
Sin embargo, dar luz y tomar consciencia de ello hace que se convierta en amor esclarecido, dándonos cuenta de las lealtades familiares ocultas y de sus limitaciones, tomando a partir de ahí nuestras propias decisiones para ser felices. Aquí sostenemos la culpa sana cambiando el mandato, lo cual no es nada fácil.
Lo fundamental es aceptar la simpleza de ser madre, sin necesidad de luchar por ser la mejor. Ser una madre que hace lo que puede, con los recursos que tiene tanto a nivel material como a nivel emocional, siendo natural. Habrá mil equivocaciones y mil errores, pero eso es parte de la vida y a tu hijo le tocará lidiar con las heridas que le generen tus acciones.
Tu hijo se relajará cuando perciba una madre relajada y feliz, porque de esa manera él también se puede relajar. Lo más importante para un hijo es ver a su madre feliz, serena y equilibrada, que disfrute de la vida.
Tu hijo pagará el precio de tus errores, al igual que tú. La vida siempre acarrea errores y precios a pagar, pero no consigues nada sintiéndote culpable por ello y anclándote en ello. Lo importante es seguir avanzando, aprendiendo de la vida, de los errores.
Nuestros hijos necesitan que les hagamos entender la vida en todas sus dimensiones, que les hagamos pensar, aprender y recapacitar, sin condicionamientos, dándoles lugar a su individualidad, a sus creencias con autonomía y responsabilidad.
Para terminar y dar más luz sobre este tema, te dejo algunos fragmentos del maravilloso y recomendable libro de “La llave de la buena vida” de Joan Garriga.
El mayor regalo que le hacemos a un hijo es, sin duda, entregarle su propia vida. A lo largo de ella, disfrutará de muchos momentos de crecimiento, expansión y felicidad, pero también sufrirá otros de pérdida, recogimiento y dolor.
Te miro y veo tu vida, Juvenal: sé exactamente cómo será, y vengo a susurrarte que hay tres grandes pecados que debes evitar. El primero es dar lo que no tienes y no eres; el segundo es no dar lo que tienes y eres, y el tercero es no tomarte el trabajo interior de distinguir lo que tienes y eres de lo que no tienes ni eres.
Son simientes que plantaron cuando educaron a su hijo para que confiara en sí mismo, en la bondad de su propia naturaleza, en sus propios pensamientos y sentimientos, por ejemplo, y no tuviera que ocultarlos detrás de una identidad ficticia y defensiva. O cuando le transmitieron que podía hacer cualquier cosa aunque fracasase, porque fracasar no es tan importante como experimentar y aprender, especialmente si es el movimiento interior —genuino, auténtico— el que lleva a la acción. Lo valioso por ejemplo, no es llegar a ser un virtuoso del piano, sino tocar el piano cuando uno se siente movido a hacerlo y disfrutar con ello.
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